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Mark Myslín Mark Myslin
Prof. Victor Fuentes
Español 110C
19 marzo 2009

Progreso científico, conservadurismo cultural: ciencia e ideología en la lingüística española del siglo XVIII

El interés por la ciencia y el nuevo cosmopolitismo que surgieron durante la época de la Ilustración en España se reflejaban ampliamente en un fenómeno a la vez científico y cultural: el lenguaje y la lingüística. Los Orígenes de la lengua española, en parte antología de obras anteriores y en parte observación original recogidos por Gregorio Mayans y Siscar en 1737, y las Cartas marruecas, unas observaciones sobre el carácter nacional de España publicadas por José de Cadalso y Vázquez en 1774, muestran esta conciencia lingüística y el deseo de examinar y analizar el mundo de alrededor. Ambas obras también constituían un llamado a estudiar y glorificar la herencia cultural y literaria española para contrarrestar la supuesta decadencia de ese país. En este sentido, el estado de la lingüística como ciencia era mixto: por un lado, surgían estudios semi-descriptivos que eran cada vez más científicos, pero por otro lado, se prescribían normas lingüísticas conservadoras en una reacción negativa a la mezcla de idiomas que procedía del cosmopolitismo. En términos generales, la ciencia lingüística avanzó considerablemente en la España de la Ilustración, pero en muchos casos su objetividad era comprometida por el etnocentrismo lingüístico.

Los eruditos de la Ilustración en España veían la época como una oportunidad para recuperar la gloria y sabiduría de sus antepasados en medio de la decadencia lingüística actual. Mayans animó a sus contemporáneos a regocijarse por “vivir en tan erudito siglo” pero condenó lo que llamó la “degeneración” de la lengua española a manos de “tantos millares, que sin bastante ingenio, sin conocimiento de las ciencias [...] desautorizan los púlpitos, embarazan las prensas, manchan el papel, y con su multitud oprimen á los buenos ingenios” (Mayans 471, 482). Cadalso se hizo eco de este lamento en su Carta XLIX, declarando que “los españoles del día parecen haber hecho asunto formal de humillar el lenguaje de sus padres”, y se preguntó: “¿Quién creyera que la lengua tenida universalmente por la más hermosa de todas las vivas dos siglos ha, sea hoy una de las menos apreciables?” (Cadalso 125). Frente a esta percibida desconexión entre el potencial intelectual de la época y el estado general de la lengua española, Mayans y Cadalso llamaron a alcanzar una calidad del español adecuada para el tiempo y el lugar. Sin embargo, este llamado se cargaba de rivalidad cultural y violaba el principio lingüístico de la igualdad intelectual y comunicativa de todos los idiomas: Mayans se admira que “una nación tan gloriosa [como España] sufra que otras la excedan en el adorno y cultura de sus lenguas, siendo éstas los principales instrumentos de la sociedad humana y pruebas incontestables de estar la razón más o ménos ilustrada” (472). Concluye su libro con un llamado aún más directo y urgente: “Está España infamada de poco elocuente. Vindicad su honra, españoles” (484). Nacionalista que fuera la actividad intelectual, hay mucha evidencia de que los españoles de la Ilustración percibían su época como una oportunidad extraordinaria, y contribuían a un surgimiento de vitalidad y energía intelectual, incluso en el campo de la lingüística.

Muchas partes del trabajo de Mayans reflejan una actitud científica hacia el lenguaje—o, según sea el caso, una aproximación general a una. Ciertamente que no se puede dejar de tener en cuenta su dependencia de la teología cristiana para explicar el origen de las lenguas. Sus teorías consideran como realidad indisputable el acontecimiento de la Torre de Bábel, cosa inadmisible en la ciencia de hoy. Pero aparte de su orientación teológica general, Mayans sí muestra rasgos del pensamiento científico. En una nota a pie de página del Dialogo de las lenguas, una visión bastante normativa de la gramática española escrita en 1535 por Juan de Valdés que se incluye en los Orígenes, Mayans critica una regla sintáctica que prescribe Valdés por demasiado caprichosa, y declara que el “conocimiento [de Valdés] de nuestro idioma es [...] pocas veces sujeto á principios y leyes generales, con sus nombres técnicos, como hoy los poseemos” (78). En otro indicación de su aspiración al pensamiento científico, Mayans enfatiza la importancia de la investigación naturalista y de datos empíricos: “El único método que puede aplicarse con fruto [...] es el observado en sus estudios por los naturalistas, esto es, el de recoger datos, ordenarlos y clasificarlos. Cuando haya muchos analizados y clasificados, será acaso posible compararlos y establecer leyes y principios” (28). Este enfoque empírico, de abajo hacia arriba, sigue siendo un gran desiderátum en la lingüística moderna. Sin embargo, Mayans no interpreta el lenguaje como cosa enteramente describible por la ciencia, caracterizándolo como menos fijo y previsible que los fenómenos de la naturaleza, y lo declara hasta “falaz, variable y caprichoso hasta un extremo indecible” (436). Este derrotismo científico de Mayans, por decirlo así, se aleja un poco de la lingüística de hoy, que aunque no pretende poder explicar definitivamente cada aspecto desconocido del lenguaje, postula que sí existen motivaciones subyacentes de fenómenos lingüísticos aparentemente inexplicables, que aún quedan por descubrir. En términos generales, sin embargo, Mayans enfatiza la importancia de la ciencia objetiva en el estudio del lenguaje y afirma que sus indicados métodos y metas adhieren a este principio.

En efecto, este enfoque sistemático y riguroso de Mayans le lleva a una buena cantidad de observaciones perspicaces sobre el lenguaje. Por ejemplo, en su discusión de los orígenes del español, el autor da una explicación de la estructura interna de las palabras que aproxima la rama de la lingüística moderna que estudia este asunto, la morfología. Al igual que la morfología de hoy, Mayans basa su discusión en la noción del morfema, es decir, la unidad lingüística más básica con significado léxico o función gramatical, aunque el término morfema no se inventó sino hasta el siglo XIX. Mayans divide los idiomas del mundo en tres categorías: los que separan los morfemas en palabras distintas, una categoría que hoy correspondería al término lingüístico aislante; los que colocan varios morfemas en una palabra sucesivamente (aglutinante); y los que fusionan varios morfemas a tal efecto que las divisiones morfémicas quedan confusas (fusional). También es interesante que, en esa época de cosmopolitismo, Mayans recurra a lenguas supuestamente ‘exóticas’ como el chino para ejemplificar sus categorías morfológicas. (333) En esta muy breve discusión, Mayans capta el espíritu del estudio de los universales de lenguaje y la tipología lingüística, una rama de la lingüística moderna que intenta descubrir qué es universal en el lenguaje humano y cómo difieren los idiomas del mundo en llevar a cabo los universales.

En otros casos la meticulosa recopilación de datos por parte de Mayans pone las bases de otros trabajos potenciales de lingüística, aunque la presentación de Mayans es en sí incompleta como análisis. En su trabajo dedica unas cuarenta páginas a los cambios ortográficos que ha notado en el español actual en comparación con una versión más antigua (aunque, curiosamente, no especifica ni la época general de la cual provienen esas palabras antiguas ni de dónde las sacó, una notable falta en un estudio diacrónico). Mayans presenta sus datos con una orientación estrictamente ortográfica, agrupando palabras por la letra que ha cambiado. En efecto, sin embargo, se puede llegar a un entendimiento más amplio del cambio lingüístico con una orientación fonológica que con una ortográfica, así explotando la rama más básica de la lingüística. La definición que da Mayans del lenguaje humano es bastante moderno puesto que considera el habla, y no la escritura, como básico, y afirma que el lenguaje se organiza a partir del sonido individuo: “Llamamos lengua á la multitud de ciertos sonidos articulados, instituidos para unirse entre sí, de los cuales se sirve algún pueblo para significar sus pensamientos, y por ellos cuantas cosas hay” (294). Pero desafortunadamente Mayans no aplica este mismo principio de lo básico del sonido a su estudio del cambio lingüístico. Afirma que “él que quiere dar etimologías, lo primero que ha de procurar es no dejarse engañar del sonido de las palabras”, y habla del cambio lingüístico en términos de palabras que van “perdiendo, aumentando ó trocando letras”, no sonidos (396-97, énfasis mío). Una perspectiva fonológica clarifica muchos de los patrones de distribución que son evidentes en los datos de Mayans. Por ejemplo, se presentan sólo dos palabras en que la i se muda en a, mientras que hay más de cien en que la i se muda en e. La explicación es bastante simple: la letra i representa una vocal que se produce en la parte anterior de la boca, mientras que la e representa una vocal media y la a se produce en la parte baja de la boca. Es mucho más probable, entonces, que el lugar de articulación de la i se traslade a la parte media de la boca que a la relativamente lejana parte baja, y es este cambio fonológico que motiva el cambio ortográfico. Otro ejemplo se trata de la sonoridad de las consonantes oclusivas, es decir, si los pliegues vocales vibran o no en la producción del sonido. Un patrón de distribución muy claro en los datos de Mayans es que las oclusivas sordas (p, t, y k, en cuya producción los pliegues vocales no vibran) se mudan en sus equivalentes sonoras (b, d, y g, respectivamente) cuando ocurren entre vocales. Como las vocales son sonoras por definición, la sonorización de las consonantes sordas entre vocales es asunto de asimilación fonológica. Hay muchos otros ejemplos de patrones de distribución en los datos de Mayans que son explicables por la fonología. En este asunto el autor no parece hacer ningún esfuerzo por analizar o explicar sus datos, y el resultado es que siguen siendo precisamente eso: datos, aunque posiblemente muy útiles para los estudios de futuros lingüistas.

La filosofía lingüística central de Mayans, sin embargo, no es enteramente tan científica como los ejemplos mencionados sugerirían, puesto que muestra rasgos de elitismo en cuanto a los llamados grados de ‘perfección’ de una lengua. En primer lugar, la lingüística moderna rechaza vehementemente la noción de lenguas ‘imperfectas’ o lenguas más o menos perfectas. El objetivo de la lingüística es describir cómo funciona el lenguaje en la vida real, y no hacer juicios de los meritos relativos de diferentes lenguas o prescribir cómo ‘debe’ funcionar una lengua. Los idiomas continuamente se van desarrollando y adaptando al propósito por el que existen, esto es, la comunicación, a través del uso por los hablantes, y por eso cada lengua, en cada etapa de su historia, es por definición perfecta. Mayans, sin embargo, afirma que las lenguas que creó Dios en el acontecimiento de la Torre de Babel fueron perfectas pero que se habían ido degenerando a causa del “capricho de los hombres” y “la flaqueza e inconsistencia de los labios” tras los siglos (293). Pero también menciona la posibilidad del mejoramiento de las lenguas o de la recuperación de la perfección. Interpreta esta perfección como un evento télico, con un claro punto final que se puede situar en el tiempo, al referirse a los momentos en que “tuvo principio, progreso y perfección la lengua castellana” (345). De hecho menciona varios periodos específicos en que hizo algún ‘progreso’ el español: “Se mejoró algo esta lengua en el reinado de Cárlos V, y se perficionó muchísimo en el de Felipe II” (345). Mayans no hace ningún esfuerzo por justificar tal declaración, y no explica cómo el español de esas épocas cumple sus criterios de una lengua perfecta. Los tres criterios que da son en si mismos vagos y altamente subjetivos. Estos son la suavidad de la pronunciación, el tamaño del léxico (como indicador del saber), y la fuerza y claridad de expresión (292). Es imposible saber qué quería decir por “suavidad de la pronunciación”, dado que eso es un juicio personal del autor—e incluso medidas cuantativas de la “suavidad” serían un extraño indicador de la perfección de una lengua. El segundo criterio se basa en una falacia lógica, ya que el hecho de que la lengua nativa de una persona tiene muchas palabras no implica de ninguna manera que esa persona sea más inteligente que otra que hable una lengua con menos palabras. Respeto al tercer criterio, Mayans afirma que el significado supuestamente “original” de una palabra es el más expresivo, y desprecia la evolución lingüística a manos de los usuarios de una lengua. Habla de “la primitiva y más expresiva significación” de una palabra, y declara que “sabida esta, se puede hablar con mayor propiedad” (348). Hasta llega a llamar “sentencias falsas” ciertas frases que dependen del significado moderno de una palabra en vez de un significado más antiguo (469). Tal declaración implica que los usuarios actuales de una lengua no entiendan su propio idioma. Esta es una noción que, dado el hecho de que una lengua se forma y desarrolla de acuerdo al uso real y actual, es, en pocas palabras, absurda desde la perspectiva de la lingüística moderna. Mayans solidifica su purismo y elitismo lingüístico al decir que se deben rechazar las palabras nuevas “por su misma novedad” (397) y evitar la introducción de “voces vilísimas ó bárbaras” (394). Respeto a la “perfección” de las lenguas, entonces, la postura de Mayans es decididamente subjetiva y elitista, aunque presente sus opiniones bajo la apariencia de ciencia.

Mayans no fue el único autor en expresar esta opinión de los efectos dañosos de la libre evolución lingüística durante el siglo XVIII. La percibida decadencia lingüística formó parte de la crítica de España que hizo Cadalso en sus Cartas marruecas. En la Carta VIII, Nuño describe su proyecto de hacer un nuevo diccionario del español en que “se disting[a] el sentido primitivo de cada voz y el abusivo que le han dado los hombres en el trato”, haciéndose eco de la opinión de Mayans respeto al significado de las palabras (Cadalso 36). Habla del “sentido primitivo, genuino y real de cada voz” e indica que su meta es que la gente “no se dej[e] llevar del sentido dañoso del idioma”, implicando que el sentido moderno de las palabras sea de alguna manera corrompido o impuro (37)— una declaración a la cual se aplica el mismo contrargumento funcionalista de arriba. El pensamiento de Mayans y Cadalso refleja una idea especifica, conservadora y generalmente anti-democrática de cómo debiera desarrollarse la lengua española.

Curiosamente, sin embargo, Mayans expone varias ideas que parecen ir en contra del prescriptivismo institucionalizado, y específicamente en contra de la nuevamente formada Real Academia Española—aunque profesa su lealtad a la misma en varias ocasiones. Condena la “pobreza” del diccionario de la Academia y cita como causas principales la falta de palabras tomadas de “libros comunes y [...] asuntos limitados” y la “demasiada condescendencia” (Mayans 455-56). Esta es una condena muy ‘moderna’ de los diccionarios, que hoy en dia son criticados por semantistas por ser prescriptivos (en algunos casos) e inevitablemente incompletos, ya que una lengua es viva, dinámica y flexible y por consiguiente imposible de captar en un libro fijo y finito. Mayans también protesta el intento de la Academia de eliminar ciertas palabras no comunes, y escribe que “siempre estar[á] de parte de la abundancia de la lengua” y que se tomará la licencia de usar las palabras cuestionables (459). Esta liberalidad léxica concuerda con la postura de la lingüística actual, que considera como palabra todo que se usa como palabra en la habla y la escritura real, digan lo que digan los diccionarios y las autoproclamadas ‘autoridades’ de la lengua. Mayans, entonces, sí expresa varias posturas lingüísticas liberales o ‘modernas’, así que el ya mencionado conservadurismo que parecería caracterizar la filosofía lingüística de esta época no era enteramente dominante y monolítico.

Pero todo eso no quiere decir que no existía una fuerte perspectiva alarmista en reacción a los desarrollos lingüísticos del siglo XVIII. La Carta XXXV de Cadalso expresa inquietudes sobre la influencia del francés en el español, ostensiblemente por razones más lingüísticas que culturales. En esta carta Nuño describe una carta escrita por su hermana que contiene tantos rasgos novedosos que Nuño dice que sólo su sobrino ‘afrancesado’ la puede leer con facilidad. Nuño habla extensamente (y de manera entretenida) sobre las confusiones que tiene en su intento de interpretar la carta. Por ejemplo, insiste que no puede entender lo que quiere decir “medio día y medio” (seguramente doce y media de la tarde), y dice que “todo se [le] iba en mirar al sol, a ver qué nuevo fenómeno ofrecía aquel astro”, que parece implicar que la frase de la carta sea ilógica e imposible (Cadalso 99). Aunque una perspectiva lingüística profesional tal vez no se pueda esperar de las Cartas marruecas, la lingüística actual no considera como equivalentes una manera particular de decir algo y una noción general de la lógica. Por ejemplo, el hecho de que en inglés estándar no se usa la negación múltiple, no hace la negación múltiple del inglés afroamericano ilógica (ni viceversa). Nuño, sin embargo, parece estar arraigado en su variedad particular del español, y dice que la “mudanza de modas [hasta para el uso de la palabra] es muy incómoda” (100). La postura alarmista de Cadalso llega a su colmo en la Carta XXXVII cuando anuncia—dramáticamente—que “se han vuelto muy oscuros y confusos los idiomas europeos” y que “el español ya no es inteligible” (102). El argumento es problemático porque como las lenguas se desarrollan a base del uso general, no es posible que de repente dejen de ser inteligibles. Pero las Cartas marruecas sí expresan preocupaciones sobre el futuro del español y de la comunicación en medio del cosmopolitismo y las novedades del siglo XVIII.

Por ostensiblemente lingüísticos que sean los razonamientos de estas preocupaciones, es imposible separarlos de sus motivaciones puramente culturales para criticar el estado del español. Cadalso mantiene una dura posición anti-extranjerismo en la Carta XLIX en el interés de la preservación y puridad de la cultura española. Denuncia a los que “amontonan galicismos, italianismos y anglicismos” y así “añaden al castellano mil frases impertinentes; lisonjean al extranjero, haciéndole creer que la lengua española es subalterna a las otras; y alucinan a muchos jóvenes españoles, disuadiéndoles del indispensable estudio de su lengua natal” (125). Mayans, por su parte, expresa una perspectiva de lo más xenofóbico. En una nota a pie de página del Diálogo de las lenguas, concuerda con Valdés en que los árabes son un pueblo “semi-salvaje” y que la mayoría de las palabras españoles tomadas del árabe son de cosas “viles y plebeyas” (Mayans 81). Se queja del “poco amor á las cosas propias y demasiado afición á las extranjeras” en la España de la Ilustración (338). Finalmente, dice que quiere que el léxico del español crezca selectivamente, sin “barbarismos” y prefiriendo nuevas palabras de origen español y no extranjero, para asegurar la pureza del idioma (365-66). Parece, entonces, que aunque algunos españoles abrazaban el cosmopolitismo lingüístico, por lo menos los dos élites Mayans y Cadalso oponían vehementemente todo lo no español en la lengua española, citando tanto razones nacionalistas explícitas como preocupaciones por el lenguaje y la comunicación en general.

Un asunto final que cabe examinar brevemente en vista de tantos juicios sobre las diferentes variedades del español es de dónde viene el mérito de (una variedad de) una lengua. Desde el punto de vista de la lingüística moderna, una tal pregunta es absolutamente inválida, dado que se postula que todos los idiomas son iguales en términos del valor comunicativo y cultural. Es muy revelador de su parcialidad cultural, entonces, que Mayans y Cadalso estén tan ansiosos por hacer juicios de diferentes variedades de idiomas. Mayans afirma en cierto momento que sí es posible comparar los méritos de diferentes idiomas, y además, de una manera objetiva, pero opina que por ahora “faltan la ciencia y la imparcialidad” en tal proyecto, y las comparaciones usuales han sido “expresiones de una pueril vanidad nacional” (107). Pero es debatible si de veras sigue esa filosofía cuando escribe tal cosa como esta (ya mencionada arriba): “[Me admiro] que una nación tan gloriosa sufra que otras la excedan en el adorno y cultura de sus lenguas” (472). Además, se refiere a lenguas más eruditas y menos eruditas (378), y de hecho llega a escribir que de algunas lenguas menos comunes y menos merecedoras “no se ha de hacer cuenta”—una blasfemia absoluta en la lingüística moderna (393). La fuente del mérito de una lengua según Mayans parece ser el uso “elocuente” (comoquiera que se defina este término) por un gran maestro de la filosofía o la literatura. Volviendo a visitar la afirmación que la gente común no sabe su propia lengua, el autor declara que se debe confiar en “la uniforme y constante autoridad de los más elocuentes” (475). Tanto Mayans como Cadalso proponen largas listas de poetas y filósofos españoles y hasta romanos. Todo esto parece confirmar que sus exámenes del español estaban más al servicio del elogio de la tradición y cultura española—y de enfatizar la conexión de la misma con el Imperio romano—que a lo que hoy se consideraría una descripción relativista y equilibrada de la lengua española.

No cabe duda que la época de la Ilustración en España dio lugar a muchos avances científicos, incluso en el campo de la lingüística. Los Orígenes de la lengua española de Mayans contiene una enorme cantidad de datos originales sobre la historia de la lengua, y en esta antología se publicaron por primera vez varias obras importantes de la lingüística, como por ejemplo el Dialogo de las lenguas que se había escrito dos siglos antes. Aunque no se debe esperar que Mayans compartiera todos los métodos y actitudes de la lingüística de hoy, en algunos casos parece haber adelantado a su tiempo con sus críticas modernas tanto de obras anteriores como del prescriptivismo contemporáneo. Cadalso, por su parte, también muestra esta consciencia lingüística y deseo de examinar y evaluar el mundo de alrededor en sus Cartas marruecas, y particularmente destaca la importante cuestión del contacto entre lenguas en esa época de cosmopolitismo. Los dos autores se enfocan en varios momentos en la “decadencia” del español y parecen tener un agenda para su mejoramiento. Este “deseo patriótico de perfeccionar su lengua nativa”, como lo expresa Mayans (78), destaca la importancia de la herencia cultural y el nacionalismo en las ideologías hacia el español, e indica que—por lo menos en asuntos lingüísticos—la promoción de la cultura española era tan influyente como los avances en la ciencia. Y aunque en ciertos casos parece haber sido precisamente este orgullo nacional que retrasaba el progreso de la lingüística como ciencia objetiva, no se puede negar que en términos generales la lingüística avanzó y prosperó durante el siglo XVIII, contribuyendo a la extraordinaria vitalidad intelectual que era la Ilustración en España.

Obras citadas

Cadalso, José. Cartas marruecas. Noches lúgubres. Edición de Emilio Martínez Mata. Barcelona: Crítica, 2000.

Mayans y Siscar, Gregorio. Orígenes de la lengua española. Madrid: Librería de Victoriano Suárez, 1873.